Si nos pusiéramos estupendos, podríamos afirmar que Passengers
reformula el viejo asunto bíblico del Génesis, que rezaba aquello de que
“no es bueno que el hombre esté solo”. La diferencia es que aquí, en lugar de
ser Dios quien crea a Eva para acompañar a Adán en el mundo, es Chris Pratt quien
se permite el lujo de jugar a ser Dios para “crear” a Jennifer Lawrence.
Una nave espacial viaja con cientos de personas hacia
un planeta lejano con el fin de iniciar su colonización. Durante el viaje, una
de las cápsulas de hibernación sufre una avería. Como consecuencia, un pasajero
despierta noventa años antes del final del viaje. La desolación que sufre el
protagonista ante la perspectiva de vivir hasta el final de sus días en aquella
nave, rodeado de personas anónimas con las que jamás podrá interactuar, como en
una suerte de cementerio viviente, le lleva a tomar una decisión difícil:
forzar el despertar de una de las pasajeras de la que se ha ido enamorando
mientras a diario contemplaba su rostro a través de la cápsula o visionaba su vídeo
biográfico.
Las implicaciones éticas de esta decisión son
evidentes. ¿La desesperación justifica el derecho del protagonista a arruinar
la vida de otra persona? ¿Con qué derecho, Jim Preston se arroga la voluntad de
decidir sobre el destino de Aurora Lane (nótese el simbolismo del nombre) y
arrastrarla con él a una vida que no ha elegido, cuya única perspectiva es la
soledad más absoluta y la privación de libertad?
El problema de la película es que, con un material
argumental tan potente entre las manos, acaba perdiéndose en los clichés de la comedia
romántica. Sólo en los minutos previos a la capital decisión, cuando Jim es un
robinsón galáctico que trata de superar el tedio y la soledad a través de los
servicios que ofrece la nave (para delicia de los amantes de los gadgets
futuristas), y mientras se produce el debate interno sobre su decisión final,
la película adquiere interés. Después, todo decae. Ni la aventura espacial con
las consabidas averías de la nave que ponen en peligro la integridad de la
misma y que heroicamente tendrán que reparar los personajes (un remedo
descafeinado de Gravity) ni la causa por la que la cápsula de Jim se
avería (el tráiler nos engaña prometiendo complots de más enjundia) ni el happy
ending inverosímil y edulcorado, ayudan al paulatino declive de la cinta.
Fernando Parra Nogueras
Nota: 5