Me temo que Night Shyamalan va a necesitar algo más
que esta convencional e indiferente Múltiple para recordarnos al
director que otrora nos deslumbrara.
La película narra la historia de Kevin, dueño de 23
personalidades diferentes, que lucha por evitar que una de ellas, la más
oscura, se enseñoree de todas las demás. Obligado por esta última y tóxica
personalidad, rapta a tres adolescentes, a quienes encierra en su casa. La vida
de las jóvenes dependerá de cómo las personalidades de Kevin gestionen el golpe
de poder que está ejerciendo la identidad más peligrosa.
El planteamiento de la película resulta muy sugestivo,
sobre todo en lo concerniente a la lucha interna de Kevin para derrotar a su yo
malvado. Todo el frágil juego de alianzas, lealtades, traiciones y complots que
se colocan en la liza de su complejo trastorno mental, mediado por la
psiquiatra, se antoja muy interesante; por otro lado, con esta propuesta, la cinta
reformula el viejo asunto de la lucha del hombre contra su yo más destructivo,
a la manera del Doctor Jekyll y Mr. Hyde. Sin embargo, esa pelea interna no
acaba de resultar la dramática epopeya que se promete. Así, el combate del
hombre contra sí mismo, que podría haber adquirido unos tintes casi
ontológicos, abdica de su grandeza al querer comulgar con el espectáculo visual
(y comercial) de la somatización que sufre el cuerpo de Kevin ante el imperio
de su pérfido yo. Tampoco el juego de alianzas y estrategias resulta lo
suficientemente elaborado. Para acabar de arreglarlo, la película cae en la
aventura adolescente cuando las jóvenes secuestradas tienen que idear su plan
para su liberación con todos los tópicos imaginables: chica introvertida y
marginada con un pasado traumático capaz de empatizar con su secuestrador, que
se reivindica en el lance y que sella las heridas del pasado. Entretenimiento
sin más del que sólo se salva la difícil actuación de un James McAvoy en estado
de gracia.
Fernando Parra Nogueras
Nota: 5