El problema de Ghost in the shell es la noble
pugna de su director por no traicionar el espíritu del manga original y, a la
vez, por ofrecer un producto comedido que no traspase en demasía las espesuras
filosóficas que son piedra angular en el trabajo de Masamume Shirow. El
resultado de esa contención es que, lamentablemente, no hay equilibrio y acaba
triunfando el blockbuster, con todo su despliegue técnico y su
trepidante acción, sobre la parte reflexiva.
Motoko Kusanagi (Scartlett Johansson) es un cyborg
que lidera la Sección 9 del departamento de seguridad del gobierno japonés, que
lucha contra el ciberterrorismo y los crímenes tecnológicos en un Japón
futurista. Una de sus misiones llevará a Motoko a descubrir su pasado y a
despertar en su cuerpo robótico el alma de la humana que fue. Las implicaciones
filosóficas y éticas son evidentes, sobre todo aquellas relacionadas con los
límites entre hombre y máquina y sus consecuencias identitarias. Esta dicotomía
no afecta sólo a Motoko sino a toda una sociedad vinculada a lo tecnológico
que, merced a los avances científicos, mejora sus capacidades fisiológicas
adoptando implantes robóticos. Por otro lado, los androides de pura cepa están
tan extraordinariamente bien diseñados, que cuesta distinguirlos de los humanos.
Así las cosas, la única manera de hallar un resquicio de humanidad en esa
sociedad tecnificada reside en esa suerte de esencialidad que llamamos alma.
Toda la potencialidad del tema queda, sin embargo, atisbada superficialmente para
sucumbir luego a los clichés del cine de acción y a sus, justo es decirlo,
meritorias escenas. Por su parte, Scarlett Johansson es capaz de superar una
vez más la inevitable erotización a que es sometida en cada película para
vindicar sus camaleónicas aptitudes de la actriz que es.
Fernando Parra Nogueras
Fernando Parra Nogueras
Nota: 6